Las incoherencias de Sabbatella (Por Tomas Abraham)




Las incoherencias de Sabbatella

  Por Tomas Abraham 


Martín Sabbatella es incoherente, pero no con lo que dice sino con su interpretación de lo que hizo. Este hombre había traído aire fresco a la política argentina. Se lo dije y lo escribí en este diario hace casi dos años. Pero ya en aquel entonces notaba una fisura en su decir. Su trabajo político en Morón se basó en la lucha contra la corrupción. Dio batalla a un entramado bien tradicional de la política argentina, tuvo en frente a un poder –apoyado y protegido por el aparato justicialista bonaerense– que se perpetuaba mediante la intimidación y los negocios espurios, denunció un dispositivo de dominación reforzado por el nepotismo, y el desmantelamiento de los mecanismos de control, y pudo derrotar a un caudillismo que avasalla cualquier institución que se le ponga en el camino. Lo primero que hizo fue hacer un llamado a la gente para comunicarle que era necesaria su participación en la gestión, y una de las primeras medidas que llevó a cabo desde que fuera elegido intendente fue abrir un portal en el que se mostraba el sistema de compras y las listas de los proveedores que ofrecían sus servicios y vendían sus productos a la comuna. En suma, su lucha fue por la transparencia en la gestión, contra los mecanismos de corrupción, de enfrentamiento contra la intimidación y la extorsión, y por lograr la confianza de la gente en que el aparato de Estado estaba para servirla y no para manipularla y domesticarla.
Por eso Sabbatella al vencer en Morón, y ser además reelegido, constituía una esperanza para el deteriorado establishment político de nuestro país. Mi diferencia con él comenzaba, ya en esa época, por su alineamiento con un gobierno que reproduce las lacras contra las que él mismo luchó en su municipio. Por supuesto que Sabbatella no es afín al kirchnerismo por su nepotismo, por el uso extorsionador que hace del dinero fiscal que concentra y cuya distribución condiciona a la sumisión política, ni a los sobreprecios y a la falta de transparencia en los miles de millones que se entregan a empresas en la forma de subsidios, en asignaciones de obras y contratos, en bonos esfumados, sino que su apoyo es al modelo de crecimiento con inclusión, a la políticas de derechos humanos, a la intervención del Estado en la economía, a la nacionalización de empresas de servicios, a la denuncia del neoliberalismo, de la derecha y del imperialismo norteamericano. Es decir que está de acuerdo con el relato que hace este gobierno de sí mismo, o si se quiere emplear una palabra más antigua, con la ideología. Adhiere a la mitología nacional y popular de los grandes movimientos históricos argentinos y se suma al coro de esta historia ya oficial de nuestro pasado.
Me dijo en aquella ocasión en que lo entrevistaba en las oficinas del centro de estudios fundado por Hermes Binner, que honesto podía ser alguien de la derecha, y que la honestidad no era una virtud aglutinadora que diferenciara las aguas. No hace falta hacer un gran esfuerzo intelectual para concluir que mientras uno sea de izquierda, progresista, peronista, guevarista y chavista, no tiene nada de malo meter la mano en la lata y asociarse a una nueva oligarquía siempre en las ganancias y nunca en las pérdidas.


Es decir que Sabbatella aún no entendió las razones por las que él mismo luchó en Morón. Ahí pareció comprender que la honestidad no es esa cualidad de un hombre sin atributos, de un pequeño burgués mezquino que paga sus impuestos y duerme tranquilo con su racismo, su egoísmo, y sus prejuicios reaccionarios. No entendió que al hacer política y estar en la gestión pública no se trata de honestidad profesional sino de un modo de ejercer el poder, y que este modo sí marca una división de aguas.
Sabbatella ahora se calla la boca sobre lo que no conviene decir y antes no hacía más que abrirla aun cuando no era conveniente hacerlo. Eramos muchos los que queríamos que su figura creciera, aun con diferencias de tipo ideológico. Pero me pregunto si hoy vale la pena apoyarlo cuando su presencia en este momento sólo sirve para que el señor Scioli saque menos votos que la Presidenta, y de este modo concentrar aún más poder en lo que se supone que es el modelo, amenazado por este representante neoliberal que el kirchnerismo tuvo que bancar, aparentemente, a pesar suyo. Salvo que la Presidenta deje de hacer de Sabbatella una mera colectora y lo ponga en la autopista, jugándose ahí sí por una alternativa a lo que puede llegar a considerar una gestión bonaerense contraria al modelo que ella representa. No lo hace porque dentro del peronismo llamado federal es lo que todos esperan, y porque tal modelo no existe. Por eso, por ahora, Sabbatella es el anti Scioli, si no lo fuera, si fuera nada más que el Sabbatella que siempre fue, puede correr el riesgo de meramente subsistir en las vecindades de Pino Solanas, y junto a él, estar condenado a formar parte de la larga lista de los indeseables de la política nacional. Así era considerado por los oficialistas antes de afiliarse al cristinismo.


Los sabbatellistas de la primera hora pueden argumentar que este uso oportunista de figuras políticas tiene doble dirección. Suponen que en el rol de compañero de ruta, Sabbatella crece como presencia política, y ayuda por su protagonismo a inclinar la balanza en la puja de la interna del Frente para la Victoria entre los grupos que se pelean por la tajada kirchnerista. El Gobierno hasta este momento no puede prescindir de Scioli, si es que en algún momento se le ocurrió hacerlo. Lo más probable es que esta interna entre sciolismo y cristinismo no sea más que otro dramón para la muchachada. No creo que Martín Sabbatella acepte en el futuro una solución negociada y sea el acompañante de Scioli en la futura lista para la gobernación de Buenos Aires. Aunque puede llegar a formarse esa dupla si a los interesados les conviene, y combinen el discurso emancipador de uno con el pragmático del otro. Hoy en día, lo que más importa es el relato. Tampoco creo que Sabbatella inicie una lucha política contra el ejercicio del poder que hace años se lleva a cabo en los partidos de los distritos bonaerenses y acuerde alianzas con grupos disidentes al aparato del justicialismo. Aunque también puede llegar a suceder, cuando se dé cuenta de que lo usaron y no precisamente para su beneficio. No sé si la suya es una lucha entre un Goliat y un David para ver quién se come a quién o, más bien, un baile entre un Goliat y un Goliatcito con un David sepultado.
Este producto de la play station nacional que se adjudica el nombre de "política" y dice llevar a cabo una lucha contra el ajuste neoliberal y por el modelo nacional y popular, se reduce a algo más simple. Se trata de evitar que si el precio de la soja algún día se llega a desmoronar, el país quede hipotecado con una tremenda deuda social que, a falta de mar verde, ya no pueda solventar por quedar sin sobrante la agraciada caja y que el modelo pinchado, sin el recurso de su inflador sino-brasileño, condene a las mayorías a épocas de hambre y miseria. Que el ciclo de dos pasos adelante y tres atrás del último medio siglo no se repita como lo hace periódicamente. Los que alientan este modelo son los responsables de que esto no suceda.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar)

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